99,999997%

Ese es el porcentaje de probabilidad de paternidad que ha arrojado la comparación entre un hisopo de mucosa oral de nuestra cliente y el fémur de un varón, exhumado, que potencialmente ella sostenía que correspondía a su padre y que ahora nos consta que, efectivamente, era así.

Para quienes no estén familiarizados con este tipo de procedimientos y de pruebas periciales biológicas hay que explicar que el análisis de los marcadores autosómicos permiten excluir absolutamente la relación paterno filial de dos personas, pero en cambio, si el resultado es positivo, nunca puede llegar al 100%. Lo que implica esa millonésima posibilidad de que el padre pudiera ser otro es un dato biológico que hay que relacionar con la ciencia estadística, porque faltan habitantes suficientes para que otro potencial progenitor pudiera hacer gala de idéntico grado de coincidencia.

Todo esto, sin embargo, no es noticiable, porque no aporta nada a cuanto ya se ha escrito al respecto, con mayor rigor y enjundia que estas breves notas. A lo que voy es a otra cosa. Es a la historia que está detrás. A una mujer, toda una señora, que mantiene vivos los recuerdos del caballero que la visitaba cuando era una niña en los años 20 del pasado siglo, que se hizo mil preguntas en los años 30, que guardó silencio en los 40 cuando su esposo dijo que él se bastaba para mantenerla, que crió exitosamente a sus hijos, que guardó consigo su secreto durante décadas y que solo cuando enviudó, a punto ya de cumplir cien años, y con una lucidez, ternura y entereza sobrecogedoras, sin aspavientos, sin rencores, con todo el amor del mundo, reunió a sus hijos y dijo: tenemos que hablar. Tengo algo que contaros.

Desde Santander en Cantabria.

Fuente imagen: rtve.es

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